MUTLU KAYA
Ojos verdes como la hierba fresca y húmeda que el sol aún
no se atreve a doblegar. Cabellos en cascada sobre la espalda y el pecho,
espuma de la desnudez.
Del óvalo de tu cara
y de tus brillantes labios mejor no decir nada.
Diecinueve años y una canción cantada. Y el llanto de la madre,
mientras Sibel Can abraza y, cuando se encienden las luces,
una bala desde la oscuridad,
una bala masculina y asesina, posesiva, intolerante, injusta y cobarde
como todas las balas.
Triste y breve historia como tantas. Un disparo en la cabeza
y una cama de hospital.
Si no mueres, Mutlu Kaya, te escucharé de nuevo
en los confines de mi vida. Y si no escapas del sueño de tu sueño,
volverás a ser ojos verdes y cabellos en cascada.
El llanto de la madre y su pañuelo anticipan la tragedia.
Una sola canción en la guitarra y, en la voz que canta,
la voz de todas ellas, las que por vivir asustan, las que por sentir y ser y decir
son cortadas con un tajo brutal
como la hierba por la guadaña.
¡Quién diría que por atreverte a cantar fueses a morir! Deseo
que esa bala pase de largo, que los asesinos del canto,
los que nada aportan desaparezcan.
Cheb Hasni vela tus sueños
y A. y N. y D. y S y otros muchos velan tus sueños.
No lo dudes, vive. El que apretó el gatillo no es nadie, no es nada.
Pero en cada cuerda de la guitarra que acompaña a tu clara voz
en la mañana de la verde hierba,
una esfera de cristal o de inocente agua ilumina el mundo
con tu simple verdad y tu compleja belleza.
Salvador Alís.
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