viernes, 17 de abril de 2015

EL TAO EN LA PENUMBRA

EL TAO EN LA PENUMBRA

Tao-hsin: ¿Cómo podría liberarme?
Seng-ts´an: ¿Quién te tiene atado?
Tao-hsin: Nadie me tiene atado.
Seng-ts´an: Entonces ¿por qué buscas liberarte?

     Una mano invisible sin piedad te tiene cogido por el cuello; el dolor desciende
desde detrás de la oreja izquierda hasta la mitad del hombro. Te preguntas
por qué el sueño se interrumpe cada mañana cuando la claridad se abre paso
entre las cortinas mal cerradas. Las cortinas blancas y los pájaros azules
estampados en ellas. Y el ruido de los aleteos de los negros pensamientos
en un círculo cerrado -cabeza que gira a un lado, luego al otro y después
permanece boca arriba espantada ante la imposibilidad de hallar refugio 
en la isla desierta, en las altas montañas, en el bosque jamás hollado. 

     Una mano invisible sin compasión te cierra la boca; esas palabras detenidas
¿dónde irán? Apenas perceptible, sólo bajo cierta luz, el polvo se une al polvo,
un libro hace muro con otros libros, los años más blancos ya secos y amarillos.
El teléfono apagado, la botella de agua casi vacía, las gafas de aumento
sobre el libro, el libro sobre el cuaderno, la bombilla fundida, 
la sábana empapada, la dentadura incompleta, el sueño interrumpido,
un ojo cansado y el otro ciego, y el día que se renueva
como una amenaza simplemente casual y sin objetivo.

     Una mano invisible sin finalidad sobre tu pecho -presión que altera, huella
cuya ignorancia la hace única y, por tanto, sin dirección. El largo espejo
junto a la cama, el armario de cuatro puertas y el otro mundo que allí se esconde
entre las camisas con sus cebras y sus antílopes y las acacias y sus durmientes.
"Jamás hubo un árbol Bodhi, ni brillante espejo de pie.
En realidad nada existe. ¿Dónde, pues, se va a juntar el polvo." Sucederá
otra vez. Y otra y otra vez. Porque la repetición y el error son inevitables, 
cuerdas que no se anudan y manos que se entretienen con la escritura.

Salvador Alís.

    

    


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