BILLIE HOLIDAY CUMPLE CIEN AÑOS
Las instrucciones ya no llegan, como hace tiempo, por correo postal.
Los informes de instancias superiores hablan de un caos total.
Se cruzan imágenes, se atraviesan imágenes, se rompen y descomponen
imágenes mientras el conquistador de las alturas cae de rodillas
y el explorador de las profundidades flota cabeza abajo.
Todo el riesgo en manos de una élite de perdedores, las montañas
y las fosas submarinas, las cuerdas trenzadas y las algas del dolor.
Las preguntas son las mismas de siempre. De cara a la pared,
con los ojos vendados, frente a la puerta que no se abre.
Nada nuevo y, no obstante, la locura toma el control. La locura decide
qué nieve y qué avalancha, qué caída libre, qué reserva de oxígeno,
qué palabras y qué silencios, qué plazos, qué finales.
El alma de Billie Holiday en una carretera perdida en el recuerdo,
atravesando un bosque de claras incertidumbres. Esa luz de luna,
esa melodía obsesiva y sin importancia. Las instrucciones ya no llegan,
como hace tiempo, con los colores variables de cada amanecer.
La maldad se hace como se hacen los arcos de bambú,
lenta y cuidadosamente, forzando la doblez sin que la tensión se pierda
en rotura y estallido, mientras se adelgaza la forma y el tiempo es invertido.
Los informes de instancias superiores hablan de un caos total.
Pero nada me impide, en esta noche sin peso y tan superficial, decir que
lo contrario de una sonrisa es una lágrima, y que con ambos gestos
algo se pierde y algo se gana. Y eso es todo por ahora.
Salvador Alís.
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