jueves, 18 de diciembre de 2014

EL TERRORISTA Y EL PARÁSITO

     El terrorista es aquel sujeto que nos ataca desde el exterior, generalmente provisto de armas rudimentarias, jugándose la vida en el intento de establecer una justicia (o un ajuste de cuentas) que él echa en falta.
     El parásito, por su lado, puede ser sujeto o cosa que siempre ataca desde el interior o, al menos, desde una proximidad ventajosa. No se juega la vida, sino que se vuelve necesario y hace depender su salvación de nuestra vida, hasta agotarla.
     Un gran estado, un estado colonialista o imperialista, se define mejor en la segunda premisa, aunque a veces sea tan omnipotente que también la primera definición lo defina.
     Los virus son parásitos por excelencia, como igualmente lo son las sanguijuelas y las garrapatas.
     Y con cierto disimulo muchas personas, en diversos ambitos de nuestra vida cotidiana, ejercen de parásitos cuando viven a expensas de otras personas.
     De los virus -se dice- apenas sabemos nada; se disfrazan y mutan, se adaptan y resuelven.
     La desinformación -por su parte- es consustancial al terrorismo, esa negrura que espanta cuando las capuchas son negras y la mano no vacila.
     No conozco otro terrorismo que el sustentado en la ley, cuando la ley la firma un parásito que interpreta a su favor una justicia pervertida.
     Detrás de cada bomba, de cada fuego e inmolación, debe existir una causa o razón que la justifique. Pero los parásitos de la imagen y la palabra, de la electrónica al servicio de las constituciones, ya se ocupan de romper los nidos de gusano y sembrar sus dudas de opinión y sus dudas legislativas.
     Payasos entrenados para ser payasos se llevan las manos a la cabeza cuando la guillotina se simplifica en machete o cimitarra; casualmente los mismos payasos que abusan de la horca y de la electricidad, los que pusieron en juego la destrucción atómica y los que acaban de publicitar su novedoso cañón laser.
     Y millones de espectadores en este circo se llevan las manos a la cabeza cuando un elefante, aturdido y vengativo, aplasta la cabeza de su domador, olvidando las cuatro o cinco décadas de cautiverio, los cuarenta o cincuenta inviernos de tristeza y malos tratos, lejos de su selva y su natural destino, y las ganancias a su costa.
     Terrorista es el cazador y el rey, el aristócrata y el especulador; y en la misma medida son parásitos puesto que se alimentan, para satisfacer su orgullo, de vidas ajenas y maniobras oscuras.
     Algunos parásitos sí conozco, pequeños y despreciables, y se mezclan con mi vida para producir a veces desazón y a veces reflexión. Personajes dudosamente humanos porque no sienten empatía alguna, porque duermen sin remordimiento y porque, al final de su vaga jornada, creen haber cumplido con su deber.
     Ladrones impenitentes, como la urraca ladrona, que destrozan con su avaricia y usura mil veces mas vidas que una bomba en la cintura.
     Matar es humano aunque no debería serlo, pero hay formas y formas. Cuando alguien, desde su altura, se lleva las manos a la cabeza porque un suicida no tiene nada que perder, yo cuento hasta diez y me pongo a pensar.
     ¿Fue Espartaco un terrorista? ¿Lo fue Craso? ¿El parásito fue la esclavitud o el imperio?
    

No hay comentarios:

Publicar un comentario