Lo mejor sería no dejar huella. Pero cómo hacerlo si todo deja huella: el alimento que ingerimos, los estimulantes, el líquido y las vitaminas que por exceso o por defecto ingerimos.
Dejan huella en nosotros los dibujos infantiles de cielos y aviones. Dejan huella los autobuses llenos de maletas. El agua fría en el invierno entre los dientes gigantes de piedra de una charca. El sol de junio sobre la cabeza.
Al genio de la lámpara maravillosa pedimos tres deseos.
La araña se tiende de espaldas para recibir a su presa. Son los tatuajes, las líneas negras entrecruzadas, lo que define a la araña.
El deseo de perder la memoria. El deseo de trasladarse de un lugar a otro con el pensamiento. El deseo de ser inmortal.
La araña negra abre sus patas como si fuesen cipreses con flores amarillentas bordeando un camino de adoquines en la noche.
Se frota una lámpara maravillosa como se toca un violín o una flauta travesera. El genio hace felicidad con la tristeza. Lo mejor sería no dejar huella. Hilos cortados de los violines y luces rectilíneas desprendidas de las flautas y las batutas, dejan huella. Todo deja huella.
La estrella de madera y de hierro deja huella, los aplausos al final, el silencio.
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