jueves, 26 de junio de 2014

HITLER Y SU OPCIÓN

En 1935, Winston S. Churchill escribió un ensayo titulado "Hitler y su opción". Yo he tenido la oportunidad de leerlo en su obra Grandes Contemporáneos, publicada en español por José Janés en Los Libros De Nuestro Tiempo, en Barcelona y en la primera edicición de 1943. Este volúmen, comprado en un mercadillo benéfico y a un precio irrisorio, perteneció al Marqués de Mascarell.

Dice Curchill: "No es posible formular un juicio justo sobre una figura pública que ha alcanzado las enormes dimensiones de la de Adolfo Hitler, mientras no tengamos ante nosotros, íntegra, la obra de toda su vida. Aunque las malas acciones no pueden ser condonadas por posteriores acciones políticas, la Historia está repleta de ejemplos de hombres que han escalado el poder valiénsose de procedimientos feos y crueles, y hasta espantosos, pero que, sin embargo, al apreciar su vida en conjunto, se les consideró como grandes figuras cuyas vidas han enriquecido los anales del género humano. Tal puede suceder con Hitler."

Algunas veces, lo que un hombre o una mujer dejan tras de sí, al final de sus vidas, no es más que un signo de interrogación. Éste puede ser de mayor o menor tamaño, de un material u otro cualquiera, y puede aparecer en lugares más concurridos o más secretos; no por eso deja de hacer su pregunta. Y no por eso encuentra o no encuentra solución.

Las respuestas y los interrogantes se mezclan sin orden ni concierto. Algunas veces coinciden las partes adecuadas y se establecen, lógicamente, la conexión y la disolución; pero con frecuencia interrogantes solitarios y respuestas desparejas comparten una sala de baile donde la orquesta interpreta un tema sin objetivo y sin conclusión.

Ernst Jünger, soldado de Hitler, escribe sobre Hitler: "Si no tomamos parte en un error general, nos consideran perturbados. Me hallaba en un balcón durante una visita del Führer a Goslar. Era de noche; había unos enormes fuegos artificiales sobre el Rammelsberg. Abajo, en la calle, dos centinelas iban de un lado a otro. En un descanso escuché cómo uno decía a su compañero:
- Y todavía sigue habiendo bestias que no creen en el Führer, ¿te lo puedes imaginar?"

Intercambiar signos por palabras no mejora las cosas. Algunas veces, los hombres y las mujeres, y hasta los perros que aullan como lobos y los lobos que ladran como perros, al final de sus vidas, no dejan sino una interrogación mayor, una dualidad, un contrasentido. Se abandonan las palabras a su libre vagar en busca de interrogantes que ya existen o que aún no han sido generados. Todo resulta muy incierto.

Termina Churchill su ensayo con una advertencia (estamos en 1935): "Mientras tanto, (Hitler) echa discursos a las naciones, que a veces están caracterizados por la ingenuidad y la moderación. Recientemente ha ofrecido unas palabras tranquilizadoras, ávidamente recogidas por quienes se han equivocado tan trágicamente sobre Alemania en el pasado. Sólo el tiempo puede descubrir la verdad, pero en el ínterin las grandes ruedas giran y producen los rifles, el cañón, los tanques, las balas, los obuses, las bombas de aviación, los cilindros de los gases asfixiantes, los aeroplanos, los submarinos, y ahora los comienzos de una flota fluyendo en raudal cada vez  más copioso de los arsenales y factorías de Alemania, ya en plena y bélica movilización."

Que nadie se llame a engaño. Proponer una cruz gamada no equivale a ser nazi; se trata únicamente de un signo de interrogación que busca su respuesta. Y busca su respuesta porque todavía, a pesar de los años transcurridos, ese signo continua vagando entre nosotros.

Algunas veces, la respuesta puede ser obscena.Y, a pesar de todo, el juicio no admite discusión.

Dice Jünger (en alguna página de Esgrafiados): "Cuando hay que repartir tres huevos entre tres comensales, se le puede dar uno a cada uno. Pero también se le puede dar a uno las yemas, al otro las claras, al tercero las cáscaras. Este tipo de división es incluso lo más usual."




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