Un ángel con muletas me pregunta
por qué guardo silencio.
No sabría que responder.
A veces hablo con mis gatas sin palabras
y espero que ellas entiendan
lo que, siendo sentido,
no se piensa ni se pronuncia.
Saturado de lenguas y lenguajes,
conviene de tanto en tanto
mirar hacia otro lado.
Hay días en que escucho demasiado
y también demasiado poco.
Hay noches de muchos libros,
páginas entrevistas o difícilmente vistas,
y combinaciones de páginas y de noches.
Hay noches sin letra y sin voz,
imágenes más claras y luego confusas,
sueños de cine mudo
donde apenas se imaginan las risas
y los llantos, y los disparos no suenan
y las alarmas tampoco.
A veces las palabras se atropellan
ante la puerta horizontal,
a veces brotan cristalinas y exuberantes
como de una fuente incontenible.
Esta incesante contradicción,
este ir y venir, correr y detenerse, es lo de menos.
Me pregunta un ángel con muletas
por qué guardo silencio.
Algunas cuerdas del sitar que nunca aprendí
se han roto.
Y, sin embargo, hoy sólo puedo ofrecer
esta música que no me pertenece.
Salvador Alís
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