Fotografía de Salvador Alís. La Chapelle-aux-Naux. Francia. 16-03-2010. |
EL
GUARDIAN DE LA PUERTA
Después de un largo
y azaroso viaje, llegué finalmente hasta la Puerta. Quizá por el
esfuerzo realizado, o por la satisfacción de haber alcanzado mi
objetivo, cerré los ojos durante unos instantes. Cuando volví a
abrirlos, el guardian ya estaba frente a mí.
-
¿Quién es usted? -le pregunté.
- Soy el guardián
de la Puerta.
- Hace un momento
aquí no había nadie.
- Bueno, de vez
en cuando desaparezco.
- ¿Qué clase de
guardián haría tal cosa?
- No viene gente
muy a menudo, así que puedo permitírmelo.
- ¿Y qué hay
detrás de la Puerta, si puede saberse?
- Supongo que
habitaciones, como en cualquier otro edificio.
- ¿Lo supone? ¿No
ha entrado usted nunca?
- No, no he
entrado nunca, pero por lo que me han contado...
- ¿Quién le ha
contado?
- Personas como
usted que a lo largo del tiempo han ido llegando.
- ¿Y sabían esas
personas lo que hay adentro?
- Al principio
no, es evidente. Más tarde, cuando salían, debían saberlo, aunque
no daban muchos detalles. ¿Le interesa alguna habitación en
particular?
- ¿Por qué lo
pregunta?
- No sé, quizá
porque la mayor parte de los que le han precedido venían buscando
una dependencia concreta: el baño, la cocina, el sótano, la
biblioteca, una terraza..., mostrando un interés particular por una de ellas
en perjuicio de las otras.
- ¿Por alguna razón
que usted conozca?
- Pues no.
Simplemente deseaban ver esa zona de la casa y el resto parecía no
preocuparles en absoluto.
- La verdad es que a
mí me da igual. Mi intención al venir hasta aquí era traspasar la
Puerta y ver qué encontraba.
- El edificio es
muy grande. Puede usted demorarse...
- ¿Y qué pasa si me demoro?
- No, nada. Puede
que yo esté aquí cuando usted haya acabado o puede que no.
- ¿Quiere decir que
tal vez haya desaparecido?
- Es posible. Y
también que un sustituto ocupe mi lugar.
- ¿Pero no es usted
siempre el mismo..., el mismo guardián?
- Claro que no,
¿cómo se le ocurre? El edificio es muy antiguo. Antes que yo hubo
otros y un día yo seré destituido, o presentaré mi dimisión, y alguien
vendrá a ocupar mi lugar. La vida de un edificio como éste es larga
en comparación con la corta vida humana.
- Y dígame, ¿cuál
es exactamente su misión?
- Ya se lo dije,
soy el guardián, el encargado de vigilar la Puerta.
- ¿Para controlar a
las personas que entran?
- O a las que
salen. La vigilancia es en las dos direcciones.
- No lo comprendo.
Los que salgan serán los mismos que hayan entrado y que usted ya
controló previamente.
- Bueno. A veces
sí y a veces no.
- ¿Significa eso
que hay ocasiones en que, estando usted ausente, alguien se cuela sin
su consentimiento?
- No es probable,
porque aun estando ausente sigo vigilando. ¿No se dio cuenta con qué
celeridad regresé a mi puesto en cuanto usted llegó?
- ¿Entonces...?
- ¿Cómo se lo
diría?... Lo que ocurre es que no siempre los que salen son los
mismos que entraron.
- Eso es absurdo.
Todos debieron entrar en algún momento. Acaso antes de que usted
fuese el guardián. Y si fuese de esta manera, la obligación de su
antecesor hubiera sido ponerle al corriente del número y la condición
de los que adentro permanecían.
- No, se equivoca
usted. Cuando un guardián es reemplazado por otro se asegura siempre de que
el edificio esté completamente vacío. Lo que intento explicarle es
que algo que hay en el interior los ha cambiado.
- Pero antes usted
me dijo que el edificio es enorme, las habitaciones deben ser numerosas... Si un visitante decidiera esconderse, quedar allí oculto,
¿cómo podría un sólo vigilante encontrarle?
- Tenemos nuestro
método, un método infalible que, hasta donde yo sé, nunca ha sido
necesario usar.
- ¿Está bromeando?
Si nunca lo han usado, ¿por qué cree que es infalible?
- Es un dogma que
establecieron los constructores de la casa.
- ¿Y dice usted que
adentro, aparte de las habitaciones, hay algo más, otra cosa distinta, que cambia a los
visitantes?
- No he dicho yo
que no fuesen simplemente las propias habitaciones...
- Explíquese, por
favor.
- Todo lo que
puedo contarle es que algunas personas experimentan cierta
transformación luego de haber entrado. Lo que produjo esos cambios
no lo dicen ni tampoco yo lo pregunto. El interrogatorio no forma
parte de mis competencias. Mis instrucciones son claras: observar a
los visitantes, medir el tiempo de permanencia y registrar los
cambios que se hayan producido en ellos.
- ¿Para qué? ¿Con
qué motivo?
- Lo ignoro, pero
así me lo indicaron cuando acepté este trabajo.
- Obedece usted las
órdenes, ya veo, sin cuestionarlas. ¿Y podría decirme de quién
proceden?
- De los dueños
de la casa, por supuesto.
- Ya, ¿pero quiénes
son?
- No los conozco
y nunca los he visto, no viven aquí. Actuaron por medio del guardián
que me precedió. Fue él quien me habló en su nombre.
- Eso quiere decir
que algún día posiblemente usted los conocerá, ya que a su vez
deberá contratar a un sustituto.
- Espero que sí,
aunque pudiera ser que no. Quizá ellos sólo se presentaran ante el
primer guardián, y las ordenes, desde entonces, se transmitieran
invariablemente de uno a otro. Quizá los dueños mueran de forma
imprevisible y la vigilancia termine conmigo. O reciba yo órdenes de
otros dueños, las mismas o diferentes. Tal vez los dueños que
conozca no sean los mismos que me contrataron. Es posible también
que pretendan dedicar el edificio a otros usos y decidan prescindir
de mis servicios enviándome un mensajero. Que la gente deje de
acudir; usted, por ejemplo, podría ser el último. Que de repente ya
no les interese esta vieja ruina ni los informes que, con gran esfuerzo, tengo yo que elaborar. En
fin..., no sería la primera vez que alguien se desentiende de una
casa.
- ¿Y sabe usted por
qué ellos no ocupan la casa? ¿O quizá sospecha que la hayan
visitado alguna vez, aunque sea de incógnito?
- No, desde luego
que no. Ese tipo de asuntos no son de mi incumbencia. Pero recuerdo
que en una ocasión me dijeron que parecía que nunca nadie la
hubiese habitado.
- Es extraño que
edifiquen una casa y no la ocupen después. Algo debió fallar, algún
defecto de construcción o un suceso inesperado.
- Lo que yo creo
es que la concibieron así, no para ser habitada sino como una
especie de museo, un lugar especial que atraería la curiosidad de la
gente. Por esa razón, desde los tiempos remotos en que la erigieron,
siempre hubo un guardián ante la Puerta.
- ¿Está seguro?
- Es la
tradición, es lo que cada guardián ha contado al siguiente.
- Y dígame: ¿tiene
usted órdenes también de impedir el paso a determinadas personas, o
todo el mundo puede entrar si lo desea?
- En principio
todo el mundo puede hacerlo. Aunque hay un tipo de individuos que,
excepcionalmente, no serían bien recibidos. Me refiero a los
pirómanos, aquellos que sienten el impulso irrefrenable de prender
fuego a las casas..., o a los bosques, o a los libros. Sin embargo,
¿cómo saberlo antes de que el hecho se produzca?, ¿cómo podría
un simple guardián detectar a alguien así? Lo normal es que se
produzca una especie de autoselección en las propias personas,
¿sabe? Algunos que llegaron hasta aquí luego dieron media vuelta y
se marcharon por donde habían venido, sin atreverse a traspasar la
Puerta. Y otros salieron corriendo al poco de haber entrado. Creo que
el edificio de alguna manera se protege a sí mismo.
- Ese no es mi caso,
puede confiar en mí...
-
Confiar o desconfiar son actitudes que
yo no practico.
-
Con todo lo que acaba de contarme, no
ha hecho otra cosa que despertar mi curiosidad. ¡Quién sabe qué
secretos albergará el edificio!
- ¿Le abro
entonces?
- Sí, por favor. No
he realizado este duro viaje para nada. Y aunque ha sido grato
conocerle y conversar con usted, de hecho ni siquiera imaginaba que
hubiese un guardián. Quisiera entrar cuanto antes y averiguar por mí
mismo qué intenciones guardaban los que decidieron su construcción.
- Espere un
momento, creo que debo tener la llave por algún bolsillo... ¡Ah sí,
aquí está! Veamos si funciona, hace tanto tiempo que no se utiliza.
Finalmente
el guardián consiguió girar la herrumbrosa llave y la Puerta se
abrió. Adentro estaba oscuro. Me despedí de él y caminé
lentamente confiando en que mis ojos se acostumbrarían a la
oscuridad. No sé cuánto tiempo permanecí allí. Al volver otra vez
al exterior, el mismo guardián de antes (o quizá otro distinto) me
explicó que por encargo de los dueños de la casa tenía una
propuesta que hacerme: si yo estaba dispuesto a sustituirle, sería
en adelante el nuevo guardián de la Puerta. Le contesté que sí,
después de ver lo que había visto y cambiar tal como él (o el
otro) me dijo que podía cambiar. Así que desde entonces soy el que
vigila la Puerta. Nunca he visto en persona a los dueños. Y aunque
sé lo que hay en cada una de las habitaciones, me guardaré muy bien
de revelar estos secretos al próximo visitante.
Salvador Alís.
Salvador Alís.
No hay comentarios:
Publicar un comentario