viernes, 20 de septiembre de 2013

EL GUARDIAN DE LA PUERTA

Fotografía de Salvador Alís. La Chapelle-aux-Naux. Francia. 16-03-2010.


EL GUARDIAN DE LA PUERTA





Después de un largo y azaroso viaje, llegué finalmente hasta la Puerta. Quizá por el esfuerzo realizado, o por la satisfacción de haber alcanzado mi objetivo, cerré los ojos durante unos instantes. Cuando volví a abrirlos, el guardian ya estaba frente a mí.



- ¿Quién es usted? -le pregunté.

- Soy el guardián de la Puerta.

- Hace un momento aquí no había nadie.

- Bueno, de vez en cuando desaparezco.

- ¿Qué clase de guardián haría tal cosa?

- No viene gente muy a menudo, así que puedo permitírmelo.

- ¿Y qué hay detrás de la Puerta, si puede saberse?

- Supongo que habitaciones, como en cualquier otro edificio.

- ¿Lo supone? ¿No ha entrado usted nunca?

- No, no he entrado nunca, pero por lo que me han contado...

- ¿Quién le ha contado?

- Personas como usted que a lo largo del tiempo han ido llegando.

- ¿Y sabían esas personas lo que hay adentro?

- Al principio no, es evidente. Más tarde, cuando salían, debían saberlo, aunque no daban muchos detalles. ¿Le interesa alguna habitación en particular?

- ¿Por qué lo pregunta?

- No sé, quizá porque la mayor parte de los que le han precedido venían buscando una dependencia concreta: el baño, la cocina, el sótano, la biblioteca, una terraza..., mostrando un interés particular por una de ellas en perjuicio de las otras.

- ¿Por alguna razón que usted conozca?

- Pues no. Simplemente deseaban ver esa zona de la casa y el resto parecía no preocuparles en absoluto.

- La verdad es que a mí me da igual. Mi intención al venir hasta aquí era traspasar la Puerta y ver qué encontraba.

- El edificio es muy grande. Puede usted demorarse...

- ¿Y qué pasa si me demoro?

- No, nada. Puede que yo esté aquí cuando usted haya acabado o puede que no.

- ¿Quiere decir que tal vez haya desaparecido?

- Es posible. Y también que un sustituto ocupe mi lugar.

- ¿Pero no es usted siempre el mismo..., el mismo guardián?

- Claro que no, ¿cómo se le ocurre? El edificio es muy antiguo. Antes que yo hubo otros y un día yo seré destituido, o presentaré mi dimisión, y alguien vendrá a ocupar mi lugar. La vida de un edificio como éste es larga en comparación con la corta vida humana.

- Y dígame, ¿cuál es exactamente su misión?

- Ya se lo dije, soy el guardián, el encargado de vigilar la Puerta.

- ¿Para controlar a las personas que entran?

- O a las que salen. La vigilancia es en las dos direcciones.

- No lo comprendo. Los que salgan serán los mismos que hayan entrado y que usted ya controló previamente.

- Bueno. A veces sí y a veces no.

- ¿Significa eso que hay ocasiones en que, estando usted ausente, alguien se cuela sin su consentimiento?

- No es probable, porque aun estando ausente sigo vigilando. ¿No se dio cuenta con qué celeridad regresé a mi puesto en cuanto usted llegó?

- ¿Entonces...?

- ¿Cómo se lo diría?... Lo que ocurre es que no siempre los que salen son los mismos que entraron.

- Eso es absurdo. Todos debieron entrar en algún momento. Acaso antes de que usted fuese el guardián. Y si fuese de esta manera, la obligación de su antecesor hubiera sido ponerle al corriente del número y la condición de los que adentro permanecían.

- No, se equivoca usted. Cuando un guardián es reemplazado por otro se asegura siempre de que el edificio esté completamente vacío. Lo que intento explicarle es que algo que hay en el interior los ha cambiado.

- Pero antes usted me dijo que el edificio es enorme, las habitaciones deben ser numerosas... Si un visitante decidiera esconderse, quedar allí oculto, ¿cómo podría un sólo vigilante encontrarle?

- Tenemos nuestro método, un método infalible que, hasta donde yo sé, nunca ha sido necesario usar.

- ¿Está bromeando? Si nunca lo han usado, ¿por qué cree que es infalible?

- Es un dogma que establecieron los constructores de la casa.

- ¿Y dice usted que adentro, aparte de las habitaciones, hay algo más, otra cosa distinta, que cambia a los visitantes?

- No he dicho yo que no fuesen simplemente las propias habitaciones...

- Explíquese, por favor.

- Todo lo que puedo contarle es que algunas personas experimentan cierta transformación luego de haber entrado. Lo que produjo esos cambios no lo dicen ni tampoco yo lo pregunto. El interrogatorio no forma parte de mis competencias. Mis instrucciones son claras: observar a los visitantes, medir el tiempo de permanencia y registrar los cambios que se hayan producido en ellos.

- ¿Para qué? ¿Con qué motivo?

- Lo ignoro, pero así me lo indicaron cuando acepté este trabajo.

- Obedece usted las órdenes, ya veo, sin cuestionarlas. ¿Y podría decirme de quién proceden?

- De los dueños de la casa, por supuesto.

- Ya, ¿pero quiénes son?

- No los conozco y nunca los he visto, no viven aquí. Actuaron por medio del guardián que me precedió. Fue él quien me habló en su nombre.

- Eso quiere decir que algún día posiblemente usted los conocerá, ya que a su vez deberá contratar a un sustituto.

- Espero que sí, aunque pudiera ser que no. Quizá ellos sólo se presentaran ante el primer guardián, y las ordenes, desde entonces, se transmitieran invariablemente de uno a otro. Quizá los dueños mueran de forma imprevisible y la vigilancia termine conmigo. O reciba yo órdenes de otros dueños, las mismas o diferentes. Tal vez los dueños que conozca no sean los mismos que me contrataron. Es posible también que pretendan dedicar el edificio a otros usos y decidan prescindir de mis servicios enviándome un mensajero. Que la gente deje de acudir; usted, por ejemplo, podría ser el último. Que de repente ya no les interese esta vieja ruina ni los informes que, con gran esfuerzo, tengo yo que elaborar. En fin..., no sería la primera vez que alguien se desentiende de una casa.

- ¿Y sabe usted por qué ellos no ocupan la casa? ¿O quizá sospecha que la hayan visitado alguna vez, aunque sea de incógnito?

- No, desde luego que no. Ese tipo de asuntos no son de mi incumbencia. Pero recuerdo que en una ocasión me dijeron que parecía que nunca nadie la hubiese habitado.

- Es extraño que edifiquen una casa y no la ocupen después. Algo debió fallar, algún defecto de construcción o un suceso inesperado.

- Lo que yo creo es que la concibieron así, no para ser habitada sino como una especie de museo, un lugar especial que atraería la curiosidad de la gente. Por esa razón, desde los tiempos remotos en que la erigieron, siempre hubo un guardián ante la Puerta.

- ¿Está seguro?

- Es la tradición, es lo que cada guardián ha contado al siguiente.

- Y dígame: ¿tiene usted órdenes también de impedir el paso a determinadas personas, o todo el mundo puede entrar si lo desea?

- En principio todo el mundo puede hacerlo. Aunque hay un tipo de individuos que, excepcionalmente, no serían bien recibidos. Me refiero a los pirómanos, aquellos que sienten el impulso irrefrenable de prender fuego a las casas..., o a los bosques, o a los libros. Sin embargo, ¿cómo saberlo antes de que el hecho se produzca?, ¿cómo podría un simple guardián detectar a alguien así? Lo normal es que se produzca una especie de autoselección en las propias personas, ¿sabe? Algunos que llegaron hasta aquí luego dieron media vuelta y se marcharon por donde habían venido, sin atreverse a traspasar la Puerta. Y otros salieron corriendo al poco de haber entrado. Creo que el edificio de alguna manera se protege a sí mismo.

- Ese no es mi caso, puede confiar en mí...

- Confiar o desconfiar son actitudes que yo no practico.

- Con todo lo que acaba de contarme, no ha hecho otra cosa que despertar mi curiosidad. ¡Quién sabe qué secretos albergará el edificio!

- ¿Le abro entonces?

- Sí, por favor. No he realizado este duro viaje para nada. Y aunque ha sido grato conocerle y conversar con usted, de hecho ni siquiera imaginaba que hubiese un guardián. Quisiera entrar cuanto antes y averiguar por mí mismo qué intenciones guardaban los que decidieron su construcción.

- Espere un momento, creo que debo tener la llave por algún bolsillo... ¡Ah sí, aquí está! Veamos si funciona, hace tanto tiempo que no se utiliza.



Finalmente el guardián consiguió girar la herrumbrosa llave y la Puerta se abrió. Adentro estaba oscuro. Me despedí de él y caminé lentamente confiando en que mis ojos se acostumbrarían a la oscuridad. No sé cuánto tiempo permanecí allí. Al volver otra vez al exterior, el mismo guardián de antes (o quizá otro distinto) me explicó que por encargo de los dueños de la casa tenía una propuesta que hacerme: si yo estaba dispuesto a sustituirle, sería en adelante el nuevo guardián de la Puerta. Le contesté que sí, después de ver lo que había visto y cambiar tal como él (o el otro) me dijo que podía cambiar. Así que desde entonces soy el que vigila la Puerta. Nunca he visto en persona a los dueños. Y aunque sé lo que hay en cada una de las habitaciones, me guardaré muy bien de revelar estos secretos al próximo visitante.

Salvador Alís. 

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