Esto que tú ves y esto que yo veo a nuestro alrededor
no es nada, una ilusión, o menos aún:
la luz que atraviesa una ilusión y se hunde en agua.
No hay fronteras, no hay un muro de cristal ni malas rejas;
hay el tiempo y el tiempo pasa.
Alargo mi mano y toco, llevado por el viento,
tus dos mejillas, tu pelo azul, tu espalda abierta.
Alargo mi mano y cojo tu desesperanza,
por un instante la hago mía y después la deshago
como agua en la mano, como aire al viento,
como cristal que no existe, frontera rota.
Y voy a tus palabras y necesito tus palabras,
y tu voz y tu boca y todo lo que de verdad importa.
Quiero creer que ambos miramos el mismo cielo,
que nuestro mismo tiempo dislocado es el mismo,
y que tus días a contracorriente se cruzan con mis días.
Si una vez te dije que te quería, te lo dije para siempre.
Esto que tú ves y esto que yo veo a nuestro alrededor
no es otra cosa más que la vida:
la vida con sus huesos, su espejo y su armadura,
con su luz cegadora y sus orillas.
Alargo mi mano y escribo, contra las olas y el tiempo,
sobre la inestable arena de aquella playa
que fue nuestra playa, tu nombre y el mío.
Se borran los nombres y el gesto permanece.
Nada será como antes,
pero nada podrá sacarte de mi memoria.
Salvador Alís
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