Fotografía de Salvador Alís. Autorretrato. Valencia. 1984. |
CON
EL PERMISO DEL CÍCLOPE
Con
el permiso del Cíclope, algunas veces yo
he
tenido tres ojos o trescientos,
aunque
habitualmente sólo dos.
Cuando
ensayaba técnicas de revelado, un truco fácil,
logré
duplicar mi ojo derecho,
filtrándolo
a través del agujero de aguja
de
un papel interpuesto,
y
situarlo en medio de los otros.
Tercer
ojo entre los ojos que nada ve pero se muestra.
Cuando
pintaba cuadros, pinté la silueta
de
un ojo negro sobre mi frente. Un falso ojo
como
son falsos los ojos realzados con maquillaje.
Y
en el mercado de trueques y ocasiones,
conseguí
una camisa blanca de lino y manga larga
que
decoré con multitud de ojos
de
diferentes formas, tamaños y colores.
En
un caluroso día de junio de 1985, en Berlín
y
con el muro todavía en pie,
esa
camisa me salvó la vida.
Con
el permiso del Cíclope,
también
yo he tenido un solo ojo,
cubierto
el otro con un parche de cuero negro.
Y
no hace mucho, una tarde desperté con sangre
en
el ojo izquierdo, neblina roja, un derrame.
Ese
ojo es el vago, mientras el derecho asume
toda
la carga de su vaguedad.
La
hinchazón de mis párpados es asimétrica.
La
lectura, más breve cada día.
Además
del sueño, de la luz y la embriaguez,
el
tiempo afecta y distorsiona. Todo empieza
con
una mirada y acaba con una mirada,
y
en ambas está presente la incomprensión.
Con
el permiso del Cíclope, si pierdo uno de mis ojos
me
quedará el otro -sí, ¿pero hasta cuándo?
El
amor nace en los ojos, lo mismo que nace la ofensa
y
el deseo y hasta el asombro.
El
Cíclope odia a Ulises, no porque éste lo haya cegado
sino
porque antes lo ha visto. Hay ojos en la noche,
la
noche tiene mil ojos. Pero tú y yo sabemos, Cíclope,
que
en tu ojo y en los míos hay mil noches
y
que en la oscuridad de esas noches se esconde nadie.
Salvador Alís
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