domingo, 28 de julio de 2013

EGIPTO



LOS RECOGE-COLILLAS

Los uniformes les quedan grandes,
al menos un par de tallas, y son negros
y acumulan polvo y no han conocido plancha;
los remata una amplia gorra de plato.
No portan armas, ni un bastón,
ni esposas, ni un walkie, ni un silbato.
No sabemos cuál es su título:
si soldados o guardias, si funcionarios;
pero sabemos a qué se dedican:
recogen colillas en los templos de Luxor y Karnak,
en Abu Simbel y en los alrededores de las pirámides.
Ocasionalmente se dejan fotografiar
o hacen fotografías a los turistas
a cambio de unas monedas.
Algunos son muy viejos, se mueven con dificultad
y se parecen a los perros cansados
que dormitan sobre la arena.
Otros son muy jóvenes, casi unos niños.
Muchos de ellos no conocerán el desierto
ni navegarán por su Nilo.
Los que viven en El Cairo, disponen con suerte
de casas no acabadas en un laberinto
de ladrillos y basura,
y respiran el monóxido de carbono
de millones de automóviles desvencijados.
A duras penas pueden mirar de frente al futuro
porque el futuro, al igual que el sol,
arde allí con tanta violencia que sólo causa ceguera.
Sacerdotes y guerreros se disputan de nuevo el poder,
como en los tiempos históricos.
Pero estos humildes recoge-colillas
ya no tienen dioses a los que adorar o temer:
los antiguos, su lenguaje y su oro,
les fueron arrebatados
y descansan en museos repartidos por el mundo.
Ya no es Sejmet quien, poderosa y vengativa,
propicia una guerra fratricida,
mientras se echa de menos a la mujer con cabeza de gato
y ni siquiera quedan colillas que recoger.

Salvador Alís



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