domingo, 25 de diciembre de 2022
ARVO
ARVO
Vivo entre sombras y, sin embargo, dentro de mí vive un sol.
Las preguntas que me hacía cuando niño
la edad las ha multiplicado y engrandecido.
Ni entonces ni ahora se presentan dóciles las respuestas.
Salvajes preguntas las que hoy me hago,
lejos de aquella infantil curiosa ingenuidad.
Y hoy como ayer todo se niega a ser explicado, a ser luz,
porque vivo entre sombras y mi propio sol me ciega
y me consume. Necesito y necesitaré valor, arvo en finés,
tanto si pretendo seguir usando la máscara complaciente
como si de una vez por todas deshago el artificio.
Por no entender no entiendo ni lo que dices ni lo que piensas,
aludida y muy querida sombra. No entiendo desde dónde
ni desde cuándo, ni con quién ni para qué.
Tu decisión es tuya, tus motivos quizá broten de tu origen.
En esta playa oscura, pasada ya la medianoche,
de los granos de esta arena hago castillos que se deshacen.
Me han llamado loco, complicado y problemático,
raro y mal hijo, y otras cosas que tal vez no haya escuchado.
Pero juro que soy simple como el agua..., como el agua
que sigue su curso y rodea o abate los obstáculos.
Adonde deba llegar llegaré con mis pies calzados o descalzos,
pero no quiero un brazo en que apoyarme,
una mano que me sujete, ninguna muleta ajena, incluso de plata.
Un verdadero beso tal vez sí, en las mejillas o labios,
como aquellas caricias y ternuras antes que se volvieran viento.
Notarás y acaso sentirás que estoy confuso,
que hablo por hablar, que necesito decir, que lo que digo
es nada. ¿De verdad lo crees? ¿Es nada lo que digo?
¿Mejor callar? Pues lo diré otra vez: mi confusión es mi fuego,
mi luz y mi sol. De esas llamas vengo y, por más que hoy
puedan parecer desparecidas, aún me basta el aliento
para reavivarlas. Necesito, de nuevo, estar solo,
comprender al que no se comprende,
hablar con el que no deja hablar, escribir y tachar,
y volver a escribir...
Dudo que esta realidad sea real. No entiendo el egoísmo,
no entiendo las estrategias basadas en suposiciones,
no entiendo ningún amor que no sea claro y felino.
Y a los que acechan les digo que si buscan mi muerte sólo
la encontrarán en sí mismos. Hace mucho que elegí
el camino no elegido, lo que debería bastar
para interesar al listo y convencer al tonto, y en todo caso,
si tonto y listo son lo mismo, se comprenderá lo que digo.
Aquí hago y deshago a mi antojo, y mi juego de palabras
es tan sutil como certero. Si todavía no adivinaste
que tú eres la diana, no tiene porque mi flecha alcanzarte.
Pero reflexiona en tu cordura: no te la juegues con un loco,
un mal parido y a destiempo. No soy presa fácil.
Tenlo en cuenta. Me gustan las frases hechas
y aún más las deshechas. Pues todo, al fin y al cabo,
puede ser esbozo de otra cosa, nada definitivo,
un borrador que confía siempre en su corrección.
Que no se te olvide -me digo- que acabas de cumplir 67 años,
el pasado trece y martes, tal día como aquel en que naciste,
y que la suma de tu edad es trece por tercera vez en tu vida.
Agobiado por la falta de empatía, por el disco rayado
de las voces termitas, por este ligamento altamente doloroso
que me impide caminar con la elegancia requerida...,
agobiado por la compleja pesadilla que está sustituyendo
mi mundo por el suyo, por la deriva virulenta y virtual
que inclina el plano y vierte todo en un sumidero...,
agobiado mil veces por la cortedad del sueño, las alarmas,
los cafés cargados, los limitados minutos para comer, ´
el autobús que no espera, los pulmones que no respiran,
los quince kilómetros diarios..., agobiado por la fealdad
imperante, la obesidad imperante, el enanismo,
los tontos del patinete, los que combinan tobillos desnudos
y cabezas calientes bajo gorras y capuchas,
los que comparten la misma idea y el mismo peluquero...
En fin, agobiado por lo que sea pero ciertamente agobiado,
bajo la presión de la incomprensión que me lleva
al borde del acantilado de la autodestrucción,
y estando ya cercana la meta, no motiva para conseguirla
descubrir que esa meta no será la anhelada.
Y si uno deseaba placer y amor, un humilde reconocimiento,
una copa al menos de buen vino,
un buen humo y una buena niebla,
saber que lo único que importa es la moneda de cambio,
el euríbor o el bitcóin, o el falso arte de la representación,
o la dorada deidad del consumo indiscutible...,
la verdad es que todo eso descorazona y desmotiva.
Y más cuando uno sufre el goce de la comprensión.
Porque en el fondo se trata de eso: de haber comprendido
o no comprender quién es cada cual y qué hacemos aquí.
Admito que mi soberbia me impide usar las lentes
de la conmiseración para ver a muchos, y que prefiero
la sinceridad del gato, y ojalá yo poseyera sus vibrisas
y fuera capaz con ellas de entender el espacio y el tiempo
donde soy retenido, incluso creyéndome libre,
antes de ser liberado. Admito el hermetismo de mi discurso,
siempre intencionado, pero así son las cosas.
Si tú aceptas o no aceptas las reglas de este juego,
debes explicarlo. Debes explicar todo cambio de sentido,
toda curva, todo giro, volantazo, frenada o aceleración.
En los faros del coche que seguía a Castaneda y a su maestro,
en una oscura carretera de México,
vieron ellos los ojos de la muerte. Y así pasa
porque la muerte siempre te sigue, te observa, te vigila.
Y tú no puedes evitarla, darle esquinazo, sustraerte a ella.
La muerte te pertenece y tú perteneces a la muerte,
simple y claro, como el agua que sigue su curso
sin detenerse a discutir con el pez azul ni con el gris.
¿Cómo entendernos, cómo decidir si debo ofrecerte
la posibilidad de entendernos?
Termina la última fase de una vida ininteligible
y comienza otra, cuya duración se presume más corta
y seguro más intensa. Qué lejos de todo me siento,
perdido en este bosque irreal de las sombras exteriores
mientras mi ardiente sol me comprende y confiesa
no entenderse a sí mismo. Cualquier imitación -dicen-
puede sustituir a lo imitado. ¿Qué soy yo, entonces?
¿El original o la copia? ¿Lees a través de mis ojos?
¿Vas y vienes siguiendo mis pasos?
Enhorabuena si eres grande, si antes ya has luchado,
si a tu herida y razonable edad has preparado un escenario,
diseñado una guerra de posiciones y te crees vencedor.
Lo diré de nuevo, me gustan las frases hechas
y tengo un olfato entrenado para las relaciones públicas,
la diplomacia, las mentiras, los halagos.
Menos de una semana para adentrarme en nueva vida.
Ayer comencé a afilar mi vieja hacha, lija y vinagre,
arvo en finés (una licencia que me permitiréis usar aquí
porque todavía no estoy loco), iluminación.
El último día del año 2022 se abre como abanico
en opciones de aire unidas por su extremo:
¿cenaré solo o acompañado, escucharé risas o palabras,
seré invitado o invitaré, caminaré bajo la lluvia,
rodaré por la hierba, caeré desmayado,
descorcharé un Delamotte, dejaré de fumar, andaré perdido?
En esa noche importante, tal como la concibo,
quisiera sentirme abrazado. Pero sé que no habrá piel
contra mi piel y que si me juego la vida a una partida de ajedrez
la perderé sin duda porque vivo entre sombras
y la única estrella de este cielo no se atreve a ser estrella.
Intentaré no conformarme con mi sol, mi largo viaje, mi destino,
toda la incomprensión y la burla infinita.
E intentaré responder a tu llamada, la primera y la única.
Porque tú me enseñaste que la belleza está en la bondad.
Y en la bondad, la esencial inteligencia.
Todo lo demás, visto lo visto, humo y niebla, niebla y humo.
Salvador Alís.