miércoles, 27 de mayo de 2020
LECCIONES FILOSÓFICAS/ Nº 1 / EL REBAÑO
LECCIONES FILOSÓFICAS / Nº 1 / EL REBAÑO
El PASTOR no es DIOS, ni siquiera el hijo de DIOS,
ni tampoco el dueño del rebaño. Es un simple asalariado
al servicio del DUEÑO del rebaño.
El DUEÑO del rebaño es también el PROPIETARIO de la tierra,
y es tan listo que ha logrado hacerse con todos los títulos de propiedad:
tierras y pastos, ríos y cercas, cualquier medio de transporte,
marcas a fuego, cuchillos y mataderos y, desde luego,
con la sustancia de su negocio,
las OVEJAS-PERSONAS en número creciente.
El DUEÑO del rebaño, de este modo y para tal fin,
contrata a sus PASTORES y los adiestra
para cumplir su cometido, y estos
-a su vez- entrenan a los PERROS fieros y vigilantes.
Ni los PERROS ni los PASTORES tienen consciencia
de pertenecer al rebaño, se ven más cerca del AMO y, por eso,
se sienten superiores.
Los PERROS duran un tiempo, desde que saben
hasta que pierden sus facultades.
Los PASTORES, quizá, disponen de una vida útil más prolongada
pero, un día u otro, deberán jubilarse o ser jubilados.
No obstante, PASTORES y PERROS duran más
que las OVEJAS-PERSONAS, pues éstas, a causa de su número
y su circunstancia van siendo eliminadas y sustituidas
en aras de la PRODUCTIVIDAD.
Cuando una PERSONA-OVEJA casualmente descubre
algún tinte natural (hierba, barro, flores...), y se da cuenta de que,
gracias a ese descubrimiento, con un simple gesto
(frotarse sin más bajo un SOL que todo lo ilumina),
puede ser diferente por su color dentro del rebaño,
el PERRO atento con su olfato infalibe
señalará esa anomalía,
y el PASTOR eficiente informará al DUEÑO del rebaño,
que de ninguna manera quiere enfrentar casos aislados.
Entonces el AMO hace acopio de tintes diversos
de fácil uso y los pone a disposición del rebaño, pues en el fondo
lo que persigue es la uniformidad y su complacencia,
que se cumpla la ley que ordena pertenecer al GRUPO
mediante la máxima identidad grupal.
Los PERROS pueden exhibir diferentes colores,
su pelaje no depende de ellos sino de su pedigrí.
Las PERSONAS-OVEJAS deben ser preferiblemente blancas,
siempre iguales a sí mismas, sin distinción aparente
en el rebaño. Los PASTORES, entrenados para el pastoreo,
mejor que no piensen, que no elijan vestirse,
que les baste una bandera agitada por el viento.
El DUEÑO del rebaño, sabedor de que la plusvalía obtenida
entre la inversión y el beneficio no lo es todo,
sabedor de que el verdadero PODER y el verdadero CONTROL
no dependen tan sólo de parámetros cuantificables,
crea o inventa al DIOS del rebaño.
Antes que ÉL lo hicieron otros, en tiempos remotos,
en el desierto, las montañas, las junglas...
Un DIOS o muchos DIOSES para cerrar la circunferencia
que encierra a los REBAÑOS.
Si una OVEJA-PERSONA encuentra accidentalmente
en el suelo una trompeta, y acerca a ella su boca y sopla,
por virtuoso o magistral que sea este soplido,
el DUEÑO del rebaño contratará una orquesta especializada
en el arte de la distorsión.
Si una PERSONA-OVEJA traza, sin intención aparente,
un dibujo con su pata sobre la arena, la tierra húmeda
o el fino manto de tréboles, escarbará el PERRO sin consideración,
el PASTOR encenderá una hoguera
y el PROPIETARIO de la tierra, de los pastos y del fuego,
se preguntará por qué.
Invocará a su DIOS inventado, volverá a su LEY,
pedirá explicaciones a su PASTOR (y el PASTOR a su PERRO)
y, por último, si fuera necesario,
usará la llave que abre las puertas del matadero.
OVEJAS-PERSONAS pueden ser sacrificadas para salvar
al REBAÑO. ¿De qué otra forma serían controladas?
Por indicación superior, el PASTOR habla a su rebaño de su DIOS,
del supremo designio de una VOLUNTAD ineludible,
del RESPETO incuestionable que merece el PROPIETARIO
de las tierras, de los PERROS, y de los ciclos temporales:
desde el amanecer hasta el atardecer, desde la primavera al verano,
noche y día en sus manos, la lluvia y la insolación.
Pero eso no es todo: pues siempre habrá en el REBAÑO
una OVEJA NEGRA que no prefiera la hierba cultivada,
que mantenga al PERRO a distancia y se compadezca del PASTOR
atormentado por sus tareas y la soledad de su disciplina.
¿Y cuál habrá de ser la actitud del DUEÑO ante esta oveja?
¿Precaución? ¿Miedo? ¿Indiferencia?
El fino filo de un cuchillo es suficiente. La sangre no depende
de un color determinado, de un pensamiento individual,
de alguna distinción incómoda.
Algunos se preguntarán, no sin razón, qué tiene esto que ver
con la filosofía, todo lo expuesto, los simples argumentos
y las MAYÚSCULAS. En realidad: poco o nada.
¿Un rebaño, un pastor, un perro, ovejas blancas?
¿Incluso una oveja negra?
Pero si el DUEÑO, el AMO, el PROPIETARIO comenzará a ver
en su REBAÑO ovejas amarillas, ovejas verdes,
ovejas rojas, ovejas azules, ovejas grises, y otras doradas
y otras transparentes, ¿cuál sería la pregunta?
Ni los PERROS ni los PASTORES tienen la respuesta.
Ni la OVEJA NEGRA.
Donde hay pasto, comemos. Donde corre el agua, bebemos.
Y a todos por igual, VIGILANTES Y VIGILADOS,
nos infunde el mismo respeto el bosque profundo,
el lago helado, la montaña inaccesible, el mar enfurecido
o el plácido valle.
No hay un DUEÑO de la naturaleza, un poder que se desplace
en deportivo de alta gama, que ciña en su muñeca
un extraordinario reloj automático y perpetuo
y que al tiempo domine los segundos y los significados.
Una elemental colchoneta de plástico amarillo,
comprada en un bazar CHINO, dos días después de usarla,
dirá lo que tenga que decir.
Piel quemada. Máxima energía. Pasos y otros pasos.
¿Dónde se va? ¿Dónde vamos? ¿Por qué los PERROS?
Los PASTORES -¿a quién le importa? Ni preguntarlo.
Al DUEÑO de un rebaño, a su PODER, a su DIOS inventado,
¿qué decirle?
Se repite la música, la canción.
Amanece como cada día, para el PASTOR y el PERRO,
para el AMO y el REBAÑO, para el número
y sus excepciones.
Y eso es todo, por el momento.
Salvador Alís.
El PASTOR no es DIOS, ni siquiera el hijo de DIOS,
ni tampoco el dueño del rebaño. Es un simple asalariado
al servicio del DUEÑO del rebaño.
El DUEÑO del rebaño es también el PROPIETARIO de la tierra,
y es tan listo que ha logrado hacerse con todos los títulos de propiedad:
tierras y pastos, ríos y cercas, cualquier medio de transporte,
marcas a fuego, cuchillos y mataderos y, desde luego,
con la sustancia de su negocio,
las OVEJAS-PERSONAS en número creciente.
El DUEÑO del rebaño, de este modo y para tal fin,
contrata a sus PASTORES y los adiestra
para cumplir su cometido, y estos
-a su vez- entrenan a los PERROS fieros y vigilantes.
Ni los PERROS ni los PASTORES tienen consciencia
de pertenecer al rebaño, se ven más cerca del AMO y, por eso,
se sienten superiores.
Los PERROS duran un tiempo, desde que saben
hasta que pierden sus facultades.
Los PASTORES, quizá, disponen de una vida útil más prolongada
pero, un día u otro, deberán jubilarse o ser jubilados.
No obstante, PASTORES y PERROS duran más
que las OVEJAS-PERSONAS, pues éstas, a causa de su número
y su circunstancia van siendo eliminadas y sustituidas
en aras de la PRODUCTIVIDAD.
Cuando una PERSONA-OVEJA casualmente descubre
algún tinte natural (hierba, barro, flores...), y se da cuenta de que,
gracias a ese descubrimiento, con un simple gesto
(frotarse sin más bajo un SOL que todo lo ilumina),
puede ser diferente por su color dentro del rebaño,
el PERRO atento con su olfato infalibe
señalará esa anomalía,
y el PASTOR eficiente informará al DUEÑO del rebaño,
que de ninguna manera quiere enfrentar casos aislados.
Entonces el AMO hace acopio de tintes diversos
de fácil uso y los pone a disposición del rebaño, pues en el fondo
lo que persigue es la uniformidad y su complacencia,
que se cumpla la ley que ordena pertenecer al GRUPO
mediante la máxima identidad grupal.
Los PERROS pueden exhibir diferentes colores,
su pelaje no depende de ellos sino de su pedigrí.
Las PERSONAS-OVEJAS deben ser preferiblemente blancas,
siempre iguales a sí mismas, sin distinción aparente
en el rebaño. Los PASTORES, entrenados para el pastoreo,
mejor que no piensen, que no elijan vestirse,
que les baste una bandera agitada por el viento.
El DUEÑO del rebaño, sabedor de que la plusvalía obtenida
entre la inversión y el beneficio no lo es todo,
sabedor de que el verdadero PODER y el verdadero CONTROL
no dependen tan sólo de parámetros cuantificables,
crea o inventa al DIOS del rebaño.
Antes que ÉL lo hicieron otros, en tiempos remotos,
en el desierto, las montañas, las junglas...
Un DIOS o muchos DIOSES para cerrar la circunferencia
que encierra a los REBAÑOS.
Si una OVEJA-PERSONA encuentra accidentalmente
en el suelo una trompeta, y acerca a ella su boca y sopla,
por virtuoso o magistral que sea este soplido,
el DUEÑO del rebaño contratará una orquesta especializada
en el arte de la distorsión.
Si una PERSONA-OVEJA traza, sin intención aparente,
un dibujo con su pata sobre la arena, la tierra húmeda
o el fino manto de tréboles, escarbará el PERRO sin consideración,
el PASTOR encenderá una hoguera
y el PROPIETARIO de la tierra, de los pastos y del fuego,
se preguntará por qué.
Invocará a su DIOS inventado, volverá a su LEY,
pedirá explicaciones a su PASTOR (y el PASTOR a su PERRO)
y, por último, si fuera necesario,
usará la llave que abre las puertas del matadero.
OVEJAS-PERSONAS pueden ser sacrificadas para salvar
al REBAÑO. ¿De qué otra forma serían controladas?
Por indicación superior, el PASTOR habla a su rebaño de su DIOS,
del supremo designio de una VOLUNTAD ineludible,
del RESPETO incuestionable que merece el PROPIETARIO
de las tierras, de los PERROS, y de los ciclos temporales:
desde el amanecer hasta el atardecer, desde la primavera al verano,
noche y día en sus manos, la lluvia y la insolación.
Pero eso no es todo: pues siempre habrá en el REBAÑO
una OVEJA NEGRA que no prefiera la hierba cultivada,
que mantenga al PERRO a distancia y se compadezca del PASTOR
atormentado por sus tareas y la soledad de su disciplina.
¿Y cuál habrá de ser la actitud del DUEÑO ante esta oveja?
¿Precaución? ¿Miedo? ¿Indiferencia?
El fino filo de un cuchillo es suficiente. La sangre no depende
de un color determinado, de un pensamiento individual,
de alguna distinción incómoda.
Algunos se preguntarán, no sin razón, qué tiene esto que ver
con la filosofía, todo lo expuesto, los simples argumentos
y las MAYÚSCULAS. En realidad: poco o nada.
¿Un rebaño, un pastor, un perro, ovejas blancas?
¿Incluso una oveja negra?
Pero si el DUEÑO, el AMO, el PROPIETARIO comenzará a ver
en su REBAÑO ovejas amarillas, ovejas verdes,
ovejas rojas, ovejas azules, ovejas grises, y otras doradas
y otras transparentes, ¿cuál sería la pregunta?
Ni los PERROS ni los PASTORES tienen la respuesta.
Ni la OVEJA NEGRA.
Donde hay pasto, comemos. Donde corre el agua, bebemos.
Y a todos por igual, VIGILANTES Y VIGILADOS,
nos infunde el mismo respeto el bosque profundo,
el lago helado, la montaña inaccesible, el mar enfurecido
o el plácido valle.
No hay un DUEÑO de la naturaleza, un poder que se desplace
en deportivo de alta gama, que ciña en su muñeca
un extraordinario reloj automático y perpetuo
y que al tiempo domine los segundos y los significados.
Una elemental colchoneta de plástico amarillo,
comprada en un bazar CHINO, dos días después de usarla,
dirá lo que tenga que decir.
Piel quemada. Máxima energía. Pasos y otros pasos.
¿Dónde se va? ¿Dónde vamos? ¿Por qué los PERROS?
Los PASTORES -¿a quién le importa? Ni preguntarlo.
Al DUEÑO de un rebaño, a su PODER, a su DIOS inventado,
¿qué decirle?
Se repite la música, la canción.
Amanece como cada día, para el PASTOR y el PERRO,
para el AMO y el REBAÑO, para el número
y sus excepciones.
Y eso es todo, por el momento.
Salvador Alís.
sábado, 23 de mayo de 2020
UNIVERSO
UNIVERSO
Con la taza de café, cada mediodía, una cuajada y cinco fresas,
o un puñado de almendras, cuatro dátiles, un plátano,
un cuenco de muesli de quinoa, chia y chocolate negro,
y un vaso de agua y la cápsula de vitaminas.
Y sin perder tiempo: la terraza, el cielo azul y las gaviotas.
Ninguna estrella ni, a esas horas, la luna. Palomas blancas
y dos o tres clases de pajarillos negros.
Las calles vacías, los balcones animados y este poderoso sol amarillo.
Vueltas y vueltas, más de cien, levantando los brazos
y sintiendo músculos y tendones, varios kilómetros en círculo.
La cara, el pecho y los hombros, la piel aceitada y brillante.
Y de tanto en tanto, una canción que imprime velocidad
al diario caminar que se ha vuelto imprescindible.
Pero frente al espejo, tras la ducha fría, la piel revela
su delgadez, su fragilidad y su edad, las manchas que van
del rosa pálido al marrón intenso.
Antes del amanecer, los gatos perdidos cuatro pisos por debajo.
Arriba las estrellas, lejanas e innumerables.
La pantalla iluminada, la copa medio llena o medio vacía.
El hibiscus que abre contra todo pronóstico su flor encarnada.
Algún perro que ladra y, quién sabe dónde, los que guardan su cabeza
bajo las alas. El universo nocturno vence siempre
por su enigma, imagen incomprensible, razón oscura.
Hipótesis y teorías, fórmulas y modelos,
esa línea -no siempre recta- que une dos puntos en este plano.
En la página en blanco no hay agujeros negros,
la energía viene de otro foco, no hay un comienzo, tampoco un final,
la gravedad no afecta a las palabras.
Tan incomprensible lo infinito como lo finito. Pensar y calcular,
nada se hace sin palabras. Si existe un límite,
¿qué hay tras el límite y más allá? Si el límite no existe,
¿hasta dónde se llega? -cuestión absurda.
Antes que los físicos y los astrónomos, los filósofos,
y antes que los filósofos, los poetas. La comprensión del universo
no pertenece a los especialistas en la materia ni a los matemáticos,
no depende del ojo más certero ni de la lente más precisa.
Antes que la palabra exacta, antes que la cifra y sus fantasmas,
la ambigüedad y la locura.
Pasos de baile. Este proceso -cuestión de fe.
Con la última copa, los hielos flotando, la ventana abierta.
Dos almohadas superpuestas, el flexo encendido,
la botella de agua, libros sobre libros, horarios, alarmas.
Pasarán seis horas tras la cortina verde. Un dibujo, una pintura,
un pensamiento. El sueño no abre la puerta,
no ayuda a subir la escalera, no atraviesa el túnel bajo los arcos
de piedra. Perdido y desmemoriado, inquieto y escéptico.
Las manos muestran venas hinchadas. La piel no las oculta,
y por ellas circula -más que sangre- espesa tinta
descreída y azul. Que tantos objetos celestes aparezcan
como fueron, ¿qué nos importa? Sistemas planetarios reducidos
a su esquema o miniatura, y galaxias en cultivos,
y vueltas y vueltas de lo simple a lo complejo y de lo complejo
a lo simple, entidades insignificantes, ni vivas ni muertas.
Chillan las gaviotas a finales de mayo del año 2020,
tanto al mediodía como al amanecer. Definir qué palabras
son necesarias. Por qué los locos gobiernan.
Por qué la muerte prefiere la cercanía.
Una extensa playa al atardecer, los pies se hunden en la arena.
Miles de ventanas cerradas, cristales sucios,
macetas moribundas. Un gato gris duerme acostado
sobre un muro. Algunos pescadores lanzan hilos y anzuelos.
Velas en el horizonte.
Un dios cansado, profundamente aburrido,
dice que las hogueras y sacrificios ya no le interesan.
Colmenas blancas, hoteles vacíos. La brisa del atardecer.
Se pone el sol tras las montañas. La carretera y sus curvas
como si no pasara nada, como cualquier día.
Y la ciudad inmutable y extraña.
La pintura, en su pequeño formato, quiere ser parte
del universo visible. No lo consigue sino gracias a la música.
Guitarras y palmas, voces y giros, luces y tacones.
El jugador de Snooker asume su genio y su insignificancia.
Y, entre tanto, las gaviotas asesinas trazan con su vuelo
una hipótesis impenetrable.
Salvador Alís.
Con la taza de café, cada mediodía, una cuajada y cinco fresas,
o un puñado de almendras, cuatro dátiles, un plátano,
un cuenco de muesli de quinoa, chia y chocolate negro,
y un vaso de agua y la cápsula de vitaminas.
Y sin perder tiempo: la terraza, el cielo azul y las gaviotas.
Ninguna estrella ni, a esas horas, la luna. Palomas blancas
y dos o tres clases de pajarillos negros.
Las calles vacías, los balcones animados y este poderoso sol amarillo.
Vueltas y vueltas, más de cien, levantando los brazos
y sintiendo músculos y tendones, varios kilómetros en círculo.
La cara, el pecho y los hombros, la piel aceitada y brillante.
Y de tanto en tanto, una canción que imprime velocidad
al diario caminar que se ha vuelto imprescindible.
Pero frente al espejo, tras la ducha fría, la piel revela
su delgadez, su fragilidad y su edad, las manchas que van
del rosa pálido al marrón intenso.
Antes del amanecer, los gatos perdidos cuatro pisos por debajo.
Arriba las estrellas, lejanas e innumerables.
La pantalla iluminada, la copa medio llena o medio vacía.
El hibiscus que abre contra todo pronóstico su flor encarnada.
Algún perro que ladra y, quién sabe dónde, los que guardan su cabeza
bajo las alas. El universo nocturno vence siempre
por su enigma, imagen incomprensible, razón oscura.
Hipótesis y teorías, fórmulas y modelos,
esa línea -no siempre recta- que une dos puntos en este plano.
En la página en blanco no hay agujeros negros,
la energía viene de otro foco, no hay un comienzo, tampoco un final,
la gravedad no afecta a las palabras.
Tan incomprensible lo infinito como lo finito. Pensar y calcular,
nada se hace sin palabras. Si existe un límite,
¿qué hay tras el límite y más allá? Si el límite no existe,
¿hasta dónde se llega? -cuestión absurda.
Antes que los físicos y los astrónomos, los filósofos,
y antes que los filósofos, los poetas. La comprensión del universo
no pertenece a los especialistas en la materia ni a los matemáticos,
no depende del ojo más certero ni de la lente más precisa.
Antes que la palabra exacta, antes que la cifra y sus fantasmas,
la ambigüedad y la locura.
Pasos de baile. Este proceso -cuestión de fe.
Con la última copa, los hielos flotando, la ventana abierta.
Dos almohadas superpuestas, el flexo encendido,
la botella de agua, libros sobre libros, horarios, alarmas.
Pasarán seis horas tras la cortina verde. Un dibujo, una pintura,
un pensamiento. El sueño no abre la puerta,
no ayuda a subir la escalera, no atraviesa el túnel bajo los arcos
de piedra. Perdido y desmemoriado, inquieto y escéptico.
Las manos muestran venas hinchadas. La piel no las oculta,
y por ellas circula -más que sangre- espesa tinta
descreída y azul. Que tantos objetos celestes aparezcan
como fueron, ¿qué nos importa? Sistemas planetarios reducidos
a su esquema o miniatura, y galaxias en cultivos,
y vueltas y vueltas de lo simple a lo complejo y de lo complejo
a lo simple, entidades insignificantes, ni vivas ni muertas.
Chillan las gaviotas a finales de mayo del año 2020,
tanto al mediodía como al amanecer. Definir qué palabras
son necesarias. Por qué los locos gobiernan.
Por qué la muerte prefiere la cercanía.
Una extensa playa al atardecer, los pies se hunden en la arena.
Miles de ventanas cerradas, cristales sucios,
macetas moribundas. Un gato gris duerme acostado
sobre un muro. Algunos pescadores lanzan hilos y anzuelos.
Velas en el horizonte.
Un dios cansado, profundamente aburrido,
dice que las hogueras y sacrificios ya no le interesan.
Colmenas blancas, hoteles vacíos. La brisa del atardecer.
Se pone el sol tras las montañas. La carretera y sus curvas
como si no pasara nada, como cualquier día.
Y la ciudad inmutable y extraña.
La pintura, en su pequeño formato, quiere ser parte
del universo visible. No lo consigue sino gracias a la música.
Guitarras y palmas, voces y giros, luces y tacones.
El jugador de Snooker asume su genio y su insignificancia.
Y, entre tanto, las gaviotas asesinas trazan con su vuelo
una hipótesis impenetrable.
Salvador Alís.
miércoles, 20 de mayo de 2020
APLAUSOS
APLAUSOS
Gracias a todos. A todos os doy las gracias. A unos por los
silencios, a otros por las palabras. Por las risas, los emoticonos, los chistes
malos, las fotografías trucadas, los alucinantes vídeos, las comedidas dosis de
machismo, racismo y otras fobias, la reflexión inoportuna, los miedos tan bien
disimulados, las sinceras dudas, las locas propuestas puntuales y las
informaciones precisas. El mundo es variopinto y nosotros somos una
representación a escala. De verdad, no sé qué haría si algunos no estuvierais
al tanto de las novedades, raudos en el afán de compartir esas noticias para
ilustrarnos y suscitar el necesario debate. ¿Cómo podría saber el cariz que
toman las cosas y cuál ha de ser la deriva de nuestro destino? ¿Y qué decir de
esos aforismos tan adecuados, esa vertiente filosófica con la que suscitáis la
iluminación y la sorpresa -tan bien explicada, por otra parte? De tal forma se
demuestra que la vida propia importa poco, y así cunde la solidaridad y el
sentimiento de pertenencia al grupo. Uno para todos y todos para uno. Cuando el
lobo acecha, el rebaño se aprieta, se une, se concentra. Sustituir al lobo por
un virus cualquiera no es relevante. Gracias por los momentos en que,
desinteresadamente, prestáis ayuda: el que sabe al que no sabe con indicaciones
tecnológicas, el que se burla de sí mismo porque quita hierro al asunto, el que
da ejemplo minimizando su temor y su extrañeza porque normaliza la burla
constante. No sabéis cómo me alegra el día ver un culo bien plantado o una
mascarilla desubicada. Y cómo valoro esos enlaces noticiosos sin los cuales,
sin duda, y al carecer de recursos informativos, ciego y sordo como soy,
andaría yo perdido en este caos, "a dos velas" -como suele decirse.
Seguid así, por lo tanto, no defraudéis las expectativas. El pésame al que
muere teniendo nombre. Los muertos anónimos lo hacen bajo otra condición e
incluso, tal vez, ni siquiera mueren, pues lo que no puede ser nombrado no
existe. Y si decís que la culpa la tiene el desgobierno, aplausos. Y si pensáis
que mejor un gobierno de salvación nacional, aplausos. Estos son pequeños
detalles sin importancia. En lo esencial podemos estar de acuerdo. Por
estrategia meditada, no suelo intervenir mucho en este diálogo caleidoscópico,
pero no imagináis las ganas que tengo de volveros a ver y daros a todos un
fuerte y viril apretón de manos. Qué ansiedad por regresar a nuestro entrañable
espacio de trabajo, aviones llegando cargados de impresentables borrachos
y suicidas a nuestras queridas pasarelas sucias. Con suerte los pájaros las habrán
pintado con sus excrementos y una variada fauna -moscas y cucarachas, arañas y
mariposas y hasta ratas- habrán recuperado ese hábitat que, por naturaleza, les
pertenece. La felicidad de lo conocido y lo cotidiano. Gracias a los que no
decís nada porque nada tenéis que decir, por vuestra discreción y vuestro
autismo. Mejor no molestar. Mejor callarse. Como es o debiera ser sabido: si no
puedes mejorar el silencio, guarda silencio. Y gracias a los que creéis que
vuestro humor es el humor de todos. Pensamiento uniforme. Bendita ingenuidad.
Lo que a mí me hace reír debe propiciar carcajadas, porque en el fondo todos
son como yo, y yo con esto me parto de risa. Y al partirme de risa,
ciertamente, evito sufrir y pensar, y así relego el miedo subyacente a un
segundo plano o, mejor todavía, lo diluyo al compartirlo. En efecto, me parto
de risa con las ocurrencias. Aplausos. Saludos. Caritas graciosas. Volver la
mirada hacia el interior, ni me lo planteo. Considerar el mundo hoy (y por qué
no, también ayer y mañana) y mi papel en el mundo, mi responsabilidad y mi
actitud, ni pensarlo. Si tengo que mostrarme erguido, aunque sólo sea para
diferenciarme de mis ancestros, sonreiré tontamente y juraré que miedo a morir
no tengo, y con la muerte haré un chiste sin cuestión y muy gracioso. Cuando me
falta la pasta, la parca no me importa. Aquí y ahora: mi sol, mi agua, mi
asiento y mi pantalla. Cada día doy cien vueltas a la terraza. Miro al sol,
cara a cara, cincuenta veces, y otras tantas le doy la espalda. Y cien
pensamientos vienen y van. Y cien palabras se mezclan con cien palabras.
Mientras compartís vuestras peculiares ideas, esos arrebatos donde el imbécil es
rey y el enano es gigante, respiro profundamente y me contengo. Pero más tarde,
digamos a las 5 ó 6 de la mañana, elevada en grado sumo la canción escuchada,
la contención se rompe y aflora mi verdad, mi rostro en el espejo, mi soberbia.
Aunque no lo parezca, el texto que termina es apenas un chiste sin gracia. Me
motiva el hecho de la desaparición de los circos. Pasaron a mejor vida los
tigres famélicos y los elefantes con falsos colmillos, los payasos torpes y
lloricas, los saltimbanquis y los amaestradores de pulgas. Rascarse, si te
pica, es una opción. Mas no se recomienda. Esta es una carta abierta. Por si no
ha quedado claro, los posibles comentarios son prescindibles. Si has llegado
hasta aquí, si crees que esto te incumbe, abre "tu ventana" y escucha
a los pájaros. En un cielo azul donde predominan, a un lado, los tonos grises
y, al lado contrario, los rojos y rosados, el humilde pajarito canta su canción
interpretando este mundo cambiante. Toma ejemplo. Di lo que tengas que decir,
pero con tu lenguaje y a tu manera. Tanto valen las mentiras como las verdades.
De toda voluntad se extrae un motivo, una intención, una causa y -por qué no
decirlo- una o más de una consecuencia. Avanzan las nubes que parcialmente van
cubriendo a la media luna, mientras amanece, Aunque escucho, una y otra vez, a
mi favorita, y por imponer otra alternativa más festiva, acabaré con las
trompetas del idilio cubano. Nada que temer, es mi lectura.
"La vida es un cataclismo de incertidumbres y penas, por eso las almas
buenas van de cabeza al abismo."
Salvador Alís.
martes, 12 de mayo de 2020
martes, 5 de mayo de 2020
EL OSO SIN CABEZA
EL OSO SIN CABEZA
"Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas,
pero por dentro son lobos rapaces."
Mateo 7:15-20.
Después de la hibernación, un oso diferente salió de la osera,
la nieve derretida, el agua fría corriendo montaña abajo,
incandescente el bosque iluminado por un sol redondo y fulgurante
más alto ya que los árboles más altos y sombríos.
El oso dejó atrás su cara, la piel y el pelaje que cubrían su cabeza;
y así desprotegido, sin ojos, sin lengua, sin olfato y sin cerebro,
caminó a cuatro patas y a dos patas
exhibiendo su calavera desnuda, las cuencas vacías,
algunos dientes gastados y otros puntiagudos,
las mandíbulas abiertas.
Hojas verdes, suelo verde, frondosas copas verdes,
oscuridad salpicada por flores multicolores;
y desde ese verdor y esa oscuridad saltaron ranas, culebras
y saltamontes, volaron pájaros negros y mariposas azules,
se deslizaron desde las alturas gusanos grises
y escalaron escarabajos color tierra el oso hasta su cima,
todos ellos atraídos por la blancura del cráneo,
por la diferencia entre estaciones:
planeta muerto pero andante, fiera estructura sin pensamiento,
concreto hueso que habitar como castillo y atalaya.
El oso sin cabeza acepta de buen grado su nueva condición;
pero entonces comienza a llover...
y la luz recién nacida se tomó un descanso.
Salvador Alís.