PRA VOCÊ GOSTAR DE MIM

PRA VOCÊ GOSTAR DE MIM

"Taí, eu fiz tudo p'rá você gostar de mim.
Ah! meu bem, não faz assim comigo não!
Você tem, você tem que me dar seu coração!

Meu amor não posso esquecer.
Se dá alegria faz também sofrer.
A minha vida foi sempre assim.
Só chorando as mágoas que não têm fim.

Essa história de gostar de alguém
já é mania que as pessoas têm.
Se me ajudasse Nosso Senhor
eu não pensaria mais no amor."

SOBRE LA VIOLENCIA

(ALGUNAS REFLEXIONES) SOBRE LA VIOLENCIA


"Está claro que la ética no resulta expresable. 
La ética es trascendental. 
(Ética y estética son una y la misma cosa.)" 

Ludwig Wittgenstein. Tractatus. 6.421. 


La violencia en la Naturaleza (tanto humana como inhumana) es uno de los hechos más variables, o cambiantes, de esa Naturaleza en cuanto totalidad

Hay violencia en el Universo, en toda su fenomenología, manifestaciones y escalas. 

La violencia puede ser, para entendernos y sin que los ejemplos citados agoten su tema: lluvia o viento, color y forma, lenguaje, deseo, capricho o azar, sueño, imagen, ley, instinto y duda. 

La violencia es un prisma con bases de lados infinitos y caras infinitas, algo semejante a una esfera donde todo acontecimiento y metamorfosis es posible. 

Usa múltiples disfraces, todos los que la Naturaleza pone a su alcance. 

Se da en la cobardía lo mismo que en el valor, en los parásitos al igual que en los huéspedes, y es causa y consecuencia a la vez. Está en el sujeto y en el objeto, delante y detrás, en el tiempo y en el espacio. 

La violencia es simple y compleja, juez y parte, discurso y silencio. 

En el asesino, en el que está dispuesto a matar, se concentra una gran violencia. En el que no teme morir, una violencia mayor. 

En ocasiones la violencia es un "juego de niños", como es el caso de la guerra, un combate de boxeo, algunos dibujos animados o la interacción del gato y del ratón. 

En el arte (en general) la violencia es una forma artística

Todos los dioses, por su naturaleza y definición, son violentos. 

Los extremos y los opuestos implican violencia. La riqueza y la miseria. La belleza y la fealdad. La sabiduría y la ignorancia. 

La violencia puede ser destello y ruido, oscuridad, línea recta, laberinto, asfixia y vacío. 

A cualquier violencia la contiene (regula, opone, frena) otra violencia. 

Por el hecho de ser lo que se es (de haber nacido en cuanto ser viviente) se genera en ese acto una violencia lineal, un destino. 

Toda semilla que germina, toda flor que florece, todo fuego (de artificio) que estalla..., expanden su núcleo de violencia. 

La energía, bajo cualquiera de sus formas, es esencialmente violenta. 

El sol es un acontecimiento violento. 

El león es una violencia encarnada. 

La erupción de un volcán es una de las más simples o puras manifestaciones de la violencia. 

La violencia es fácilmente compresible (véase: una bomba, un extintor de incendios, una botella de alcohol, una pastilla que concentra un medicamento, un motor, un muelle, un deseo oculto, una ambición secreta, un micro chip cualquiera, una venganza que aguarda su momento, un dedo en el gatillo o una bala aún no percutida...). 

Todo sistema (político, económico, religioso o filosófico...) entraña violencia. 

La sexualidad es violencia natural, desnuda, instintiva. 

El amor pacta consigo mismo o con el otro sus reglas de violencia. 

El progreso humano, la productividad, las clases sociales, los estados de bienestar, las regulaciones laborales, el consumo, los mercados, las especulaciones inmobiliarias o financieras, los pactos con mayúscula, los congresos de las élites, los gobiernos en la sombra... La historia en fin de las grandes cuestiones ajenas a los anhelos individuales de la gente común, se apoyará siempre en el recurso a la violencia. 

El abstracto miedo infundido es violencia. La manipulación interesada de la información es violencia. Cualquier tipo de control sobre el individuo es violencia. El ejercicio del poder absoluto es violencia. El simulacro de la democracia es violencia. 

La violencia se desplaza con los desplazados y se ahoga con los ahogados. 

La violencia organiza (pretende organizar) nuestro futuro. 

Pero el planeta se ríe de nuestras violencias. 

La violencia, en muchos casos, se mira en un espejo y no se reconoce. 

Cada vida comprende su felicidad y su desgracia. Todos somos, para nosotros mismos y al mismo tiempo, víctimas y verdugos. Vivir puede también significar (y significa) auto-torturarse.

En otros muchos casos, la violencia es fría. 

La risa es violencia, ironía, desprecio y hasta indiferencia. 

Al gato, animal doméstico ejemplar, lo delatan sus gestos. 

¿Existe algo, ser, objeto, idea o hecho, que no entrañe violencia? ¿Quizá la luz de algunas estrellas ya extinguidas y todavía visibles? 

Yo no soy violento, pero mis palabras -estas palabras- sin duda lo son. 


Salvador Alís.




EL ÁGUILA

EL ÁGUILA

No se acerca al castillo. El castillo no le interesa.
Sobrevuela el barranco allí donde éste se abre
y las montañas se elevan.
Conoce el río que nace en el lugar imperceptible
en que el barranco comienza.

El águila sueña que vuela mientras vuela,
y a veces cierra las alas y cae pesadamente
como piedra y como amenaza.

En su cielo no hay sino torres naturales,
verdes pinos clavados en el suelo, nada que no sea
un constante fluir del agua y del aire,
flores cuyas abejas compiten con el águila.

Y sin embargo, flanquean nuestra puerta
dos águilas sin miedo. Las vemos arriba y abajo
siguiendo el curso ondulante del barranco.

Este águila no puede, como el cuervo, hablar,
pero entra en forma de vendaval, no como águila,
como sombra tal vez, en la habitación donde un libro
a medio leer descansa, y agita y revuelve
sus páginas hasta posar su garra en una concreta:

"¿Qué puede hacer ahora el pensamiento?" -dice.
"Ocultarse" -contesta. Y entonces desaparece.

Entonces tú saltas desde la ventana circular
y te conviertes en águila y tu plumaje es azul.
El cazador en su barca, cegado por tu vuelo.

Salvador Alís.


LA LIEBRE

LA LIEBRE

Una liebre ha bajado hasta la orilla del río.
Mientras intenta beber el agua pasajera,
sus dientes brillan doblemente.

El castillo en la montaña, desde el que la contemplo,
es solo aquello que doblega mi pensamiento.

Cuando el cazador de pie sobre la barca
se acerca a la liebre, la liebre echa a correr
y el cazador apunta a su movimiento.
En un instante, las mil liebres desaparecen.

Canes invisibles ladran sobre el bosque,
pero temo que tú no los escuches, no los creas,
no tengas otra certeza que los collares
de cuero crudo que parecen flotar en el aire.

Vienes cada noche, con tu vestido azul
y tu pelo azul y tus ojos negros. Vienes. Me miras.
No te oigo llegar pues a tus pasos los oculta
la carrera de la liebre y los tambores.

Este castillo tiene muchas torres,
y habitaciones distintas en esas torres.
No sé en cuál de ellas juegas al escondite.
No te busco. La botella vacía aún gira en el suelo
mientras se adivina en el corcho la silueta
de la liebre que huye pues se cansó de jugar.

Tampoco durante el invierno el cazador
dará en el blanco. Tampoco durante el invierno.

Salvador Alís. 



 



EL CIERVO

EL CIERVO

El castillo en el sueño no es más que un hotel.
Nos alojamos en la habitación en la torre.
Acaba un verano que nunca existió.

Una botella de champagne Delamotte se enfría
en la terraza, frente a la noche.
Tu vestido azul como cálida alfombra
junto a la cama aún sin deshacer.

El agua silba en el baño iluminado
pero calla en el río que se curva oscuro
alrededor de la montaña.

Desde lo más alto contemplo el bosque inmóvil
detrás del río, las estrellas en las alturas, 
y tus pies mojados pisando las huellas
de un deseo anticipado.

Tu abrazo desnudo y las burbujas doradas
podrían hacer una velada perfecta.
Lo impide un marco vacío, donde falta
la fotografía del paisaje que se abre ante mis ojos.

Distingo en el bosque, a la luz de la luna,
un ciervo detenido que me observa.
Y veo en el río, también parada, una barca
y en la barca un cazador que apunta al ciervo.

El cazador, como yo, usa su visión nocturna.
En el sueño me abrazas por la espalda.
Acaba un verano que nunca existió.

Salvador Alís. 





viernes, 5 de enero de 2018

BRUNELL0 DI MONTALCINO


Fotografía de Salvador Alís. Ravello. 15-XI-17-

ANTIPROPÓSITOS

ANTIPROPÓSITOS

En la tarde del segundo día de este año que comienza encontré por casualidad un nuevo almacén de libros usados. Y aunque hace meses que no me abandona la idea de dejar a un lado mis lecturas obsesivas, si no definitivamente al menos hasta que llegue el momento de jubilarme, fui incapaz de oponerme a la atracción que los libros ejercen sobre mí, entré en ese local abarrotado no sólo de libros y, luego de un par de horas de apasionado escrutinio, acabé comprando los diez que cito a continuación:

Antonio Tabucchi. Los últimos tres días de Fernando Pessoa. Alianza Cien. 1996.
Apenas 56 páginas que leí anoche sin pausa para descubrir, pues nunca me había interesado su muerte sino su escritura, que Pessoa murió por una crisis hepática, entre dolores y vómitos verdes.

Sanuel Beckett. Relatos. Tusquets. 1976.
Esta breve recopilación, tres únicos relatos, 66 páginas, ya formaba parte de mi biblioteca, aunque en otra edición y bajo otra portada. No importa. Seguiré leyendo a Beckett, lo leeré de nuevo, a pesar de su densidad porque estoy acostumbrado a la densidad.

Arno Schmidt. La república de los sabios. Minotauro. 1981.
Un enigma. O varios enigmas: autor, argumento y forma.

Fiodor Dostoievski. Memorias del subsuelo. Barral. 1978.
A esta obra le tenía ganas, desde que en fecha indeterminada leí sus primeras cuatro líneas: "Soy un hombre enfermo... Soy malo. No tengo nada de simpático. Creo estar enfermo del hígado, aunque, después de todo, no entiendo de eso ni sé, a punto fijo, donde tengo el mal. No me cuido, ni nunca me he cuidado..."

Adolfo Bioy Casares. Historias fantásticas. Alianza Emecé. 1976.
Del fantástico Bioy Casares lo he leído todo, también estas historias, pero el volumen en cuestión no lo tenía y deseaba tenerlo.

James Joyce. Giacomo Joyce. Tusquets. 1970.
Otro texto brevísimo: 17 páginas (sólo se enumeran 16) que preludian el Ulises. De el Ulises tengo dos ediciones. He intentado leerlo en más de una ocasión. Jamás lo he logrado.

James Joyce. Escritos críticos. Lumen. 1971.
Una amplia recopilación de escritos diversos, 380 páginas, el primero de los cuales, redactado cuando el autor tenía 14 años, se titula "No hay que fiarse de las apariencias".

Roland Topor. Mundo inmundo. Planeta. 1972.
De los dibujos de Topor ya poseo otra colección en formato libro. Cuantas veces he paseado por las orillas del Sena, he buscado siempre en los barracones que exhibían obra gráfica, grabados, etc., un original suyo sin éxito. Quizá haya sido mejor no encontrarlo, pues de haberlo encontrado sin duda no hubiera podido pagar su precio.

Cyrano de Bergerac. El otro mundo. Los estados e imperios de la luna. Aguilar. 1968.
Una rareza. Publicado póstumamente en 1657.

Herman Melville. Bartleby el escribiente. Bruguera. 1980.
No se halla en mi biblioteca ni he leído nunca su obra más celebrada, Moby-Dick. En realidad no he leído nada de Melville, aunque tengo dos o tres de sus libros. Pero este Bartleby es especial, porque anticipa a Kafka y por el concreto prólogo de Borges. "Es como si Melville hubiera escrito: <<Basta que sea irracional un solo hombre para que otros lo sean y para que lo sea el universo>>."

En lo que resta de mes, estos diez libros se apilarán en mi mesita de noche. No agotaré su lectura, no es mi costumbre al menos en los últimos veinte años, pero en esencia aspiraré el aroma de sus hojas y asimilaré muchos fragmentos. Esa es la intención, el propósito, el método. Sin olvidar que desde mucho antes permanecen en esa mesilla los Signos junto al camino de Ivo Andric, detenida su lectura en la página 97 de un total de 558, una tarea postergada voluntariamente para disfrutarla después.

La adicción al trabajo no se cuenta entre mis adicciones. Cuando emprendo una tarea me mueve siempre un impulso irracional. Si voy más lejos o me detengo de pronto depende de factores que no puedo (o no quiero) controlar. Pero efectivamente, mis adicciones son importantes, perniciosas y satisfactorias a la vez, contradictorias en sus efectos inmediatos y su largo plazo.

En la noche del quinto día de este año que comienza no deseo hacer propósito alguno. Por muchas vueltas que le de, sé que no voy a dejar de escribir, ni de fumar ni de beber. Me hacen reír los que, después de la resaca, se prometen a sí mismos corregirse. Yo entiendo que a estas alturas no hay corrección posible.

Mi adicción al sexo no ha hecho otra cosa que incrementarse con los años, bien sea de manera poética, artística o filosófica (y aquí pueden valer otras excusas), menguando el interés por la simple anatomía y la carnalidad.

Mi adicción a la belleza, a la música, a los viajes y a los sueños me redime de otras adicciones. Soy un falso tímido que esconde a un guerrero, a un suicida.

Yo no tengo problema alguno por hablar de lo que consume y me consume, por aquel deseo, esta ganancia, aquella pérdida, este odio, este rencor, este amor, esta venganza, aquella falta, aquel agravio, esta canción, esta carta, este trago, esta luna brillante y tras la luna el inmenso espacio. No tengo problema alguno si el tema es la muerte, si hay que asumir la derrota, si hay que reconocer que en este mundo gobiernan los necios. No me propongo cambiar el mundo ni cambiarme a mí mismo. ¡Qué pretensión sin fundamento! Mejor seguir bebiendo.

Soy adicto a la burla y al juego.

En el nuevo almacén de libros usados compré diez y dejé para otra ocasión diez por diez. Dejé por ejemplo un compendio de boleros. Y pensé qué curiosa es la vida, pues si en otros tiempos me disgustaron esas letras ahora no puedo vivir sin ellas. Pensé con asombro en cómo han cambiado mis gustos, y con qué facilidad desecho tantos títulos dispersos de H. P. Lovecraft cuando a los 20 años me fascinaba. Hoy el horror no me interesa.

Desde que acabó el verano no ceso de dibujar aviones. Pero en su forma esquemática los aviones y las botellas se parecen. Lo unos llevan sus alas por fuera, las otras las llevan por dentro.

Quizá todo lo anterior no sea más que un despropósito. En realidad es lo que es, ¿para qué darle más vueltas?

Salvador Alís.

ABANDONO CASTIGO Y REMORDIMIENTO

ABANDONO CASTIGO Y REMORDIMIENTO

El primer día del año, cuando faltaban diez minutos para que acabase mi turno de trabajo, mientras me dirigía hacia nuestras oficinas atravesando a toda prisa la terminal D, me encontré de repente con un niño muy pequeño, tres o cuatro años, tendido en el suelo boca abajo y llorando.

Donde estaba el niño no había nadie, entre sillas y mesas de un bar que ya había cerrado.

Me detuve sin pensarlo, sin valorar que esa decisión precipitada me haría perder el autobús. Pero ese niño y su desconsuelo, sin lugar a dudas, requerían toda mi atención.

Me arrodille junto a él y le pregunté ¿qué te pasa? ¿por qué lloras? No me contestó.

¿Cómo te llamas? le dije y siguió llorando.

¿Dónde está tu mamá? y no dijo nada.

Me atreví entonces a levantarlo del suelo y ofrecerle mi mano. Vamos a buscarla. No llores más.

Pero el niño seguía llorando. Y cuando, al pretender distraerlo, le preguntaba su nombre, seguía llorando, como si tratara de decirme que su nombre y su identidad nada importaban frente al abandono. No obstante puso su mano en mi mano y se dejó conducir por mí desde la puerta 84 hasta la 88. En esos cien metros, y a paso lento, el niño no dejó de llorar, sin contestar a mis preguntas, su mano izquierda en mi mano derecha, su derecha sujetando una botella de agua vacía.

Alrededor de la puerta de embarque 88 se encontraban decenas de viajeros. Si entre ellos no conseguía hallar algún miembro responsable de la familia del niño, tendría que dar la vuelta y llevarlo hasta el puesto de la Guardia Civil, cosa que para mí -y supongo que para el niño- no sería más que un incordio.

¿Ves a tu mamá, la ves? le pregunté al niño que se sujetaba a mi mano y no cesaba de llorar.

No dijo nada pero señaló hacia delante con la botella vacía. Entonces vi a una (¿cómo describirla desde mi edad?) mujer muy joven, detenida como una estatua, junto a otro niño parecido al que yo llevaba de la mano, el hermano mayor sin duda, cuya sonrisa burlona se mostraba en la espera.

¿Es tu hijo? ¿Eres su madre?

La mujer me dijo gracias pero no hizo el menor movimiento, no se acercó, no abrió los brazos, mientras el pequeño seguía llorando.

Lo encontré allí -y giré la cabeza-, tendido en el suelo y llorando.

Una rabieta -dijo. Pero el niño no cesaba en su llanto. El hermano mayor inmóvil y sonriente.

El llorón no se soltaba de mi mano. No llores más, le dije. Ve con tu mamá.

No entendía la indiferencia de la madre ni la malvada sonrisa del hermano.

Solté mi mano de la mano del niño, me di la vuelta y aceleré el paso pues ya salía tarde y no quería perder otro autobús. Desde lejos y habiendo cesado ya en su llanto, el niño me gritó su nombre.

Salvador Alís.